Profeta argentino

Existió en Argentina un vidente que permaneció en las sombras del éxito, eclipsado tan sólo por el famoso Parravicini (el mayor profeta argentino del que se conocen muchísimas psicografías e innumerables profecías): Orsai Berlín fue un pintor bohemio de medio pelo que pronto se dió cuenta que con el arte no iba a llegar muy lejos, así que dió un giro a su vida y dejó que las estrellas guíen su destino. Comenzó a trabajar en un pequeño observatorio de su pueblo en el que le fue peor que con sus pinturas: las únicas estrellas que vió fueron las que aparecieron frente a él rondando su cabeza, cuando le cayó encima un enorme telescopio después de una torpe maniobra por querer limpiar el lente con su corbata.

* un retrato de Orsai Berlín aparecido en un diario de la época

Viajó a Buenos Aires y de camino, ayudó a cambiar la rueda de un coche que resultó ser el de Juan Domingo Perón, antes de ser presidente. Perón se ofreció a llevarlo a cambio del favor y en el viaje se hicieron grandes amigos. Orsai era un gran conversador al igual que un gran fabulador. Esto a Perón le vino muy bien, más que nada porque lo mantenía despierto al volante. Orsai se ofreció a predecirle el futuro en unas improvisadas videncias a las que llamó: "Sombras, nada más".

* pequeño trozo hallado recientemente de la cubierta del único libro que editó Orsai antes de morir

Perón se mostró interesado por esas profecías y Orsai comenzó a hilvanar una tras otra (especie de teorías futuras basadas en las antiguas sombras chinescas). Según Orsai, era un secreto oculto de la China legendaria para predecir el futuro de sus emperadores y que le fue develado después de una gran indigestión a causa de un arroz primavera el último verano. Una de aquellas profecías fue esta:

"La canilla"

La canilla -según Orsai- representa un futuro cercano relacionado con la caída a granel de grandes desgracias, o con la inundación del sótano de su casa (en caso de contar con un sótano y con una casa), con el derroche del dinero en manos de su mujer en navidad o bien con un problema de próstata. Orsai dejaba a oscuras toda certeza y aseguraba que esto ocurriría tarde o temprano pero sin precisar cuándo. Otra de las profecías que Orsai improvisó de aquél día, fue:

"el trapecista"

Según Orsai, esta sombra tenía notables connotaciones históricas directamente relacionadas con el país, o bien ninguna importancia, todo dependía de la luz. Si la luz con la que se creaba la sombra era diurna, la profecía podría tener una relevancia histórica parcial. Si la luz era de foco, entonces la profecía se cumplía y además podía uno ganar un número para el sorteo de la lotería ese día. Pero si la luz era nocturna, de luna, entonces la profecía resultaba nefasta para la vista, ya que podía confundir mucho la interpretación y además creaba un orzuelo en el ojo derecho. Perón no comprendió muy bien el significado de esta profecía, entonces Orsai tuvo que ser más concreto: "es muy de noche, no veo nada y tengo sueño, ¿podemos seguir mañana?"

Al otro día, mientras compartían unos mates, Orsai volvió a sacar el tema de las profecías y aunque Perón no se mostró para nada interesado, insistió en continuar con ellas. Fueron varias, pero sin dudas una de las que resaltan por su relación con el futuro actual de Argentina, fue:

"anillo al dedo"

Orsai decía que esta sombra era de las más importantes y de las más osadas, porque tenía una carga política sin precedentes y además era de las que más lo erotizaban. Decía que iba a crearse un compromiso económico que fortalecería al país y que Argentina se iba llenar de millonarios, pero lo que más resaltaba de esta 'sombra profética' era que resultaba muy útil para iniciar una conversación con una chica en la barra del Tortoni. Incluso la probó con tres chicas a la vez y al menos una no le pegó una bofetada. Agotado y mal dormido, Perón no comprendía del todo a aquél farsante y ya se le estaba resultando imposible como compañero de viaje. Pero lo que colmó la paciencia del futuro presidente, fue esta profecía que Orsai llamó:

"el prócer"

Orsai predijo que si bien la importancia política del futuro presidente sería histórica, habría un par de personajes que en su nombre desbaratarían su figura. Perón demostró un particular interés en esto que decía el profeta, y le preguntó más acerca de esto. Orsai titubeó, no porque lo intimidaba la mirada de Perón sino porque no tenía mucha idea de lo que decir. Sin embargo arriesgó; le dijo con ínfulas de profeta y sabiendo que sería su última jugada para conquistar la confianza del futuro presidente: "el viento del norte traerá un caudillo ensordecedor que impondrá con su imagen una nueva moda de adornar el contorno de las orejas y de esta moda surgirá el cambio de una revolución reproductiva íntimamente ligada a una estética costumbrista. Cada recorte de patilla será un recorte en la economía sin acabar en calvicie total, y que acabará sus hazañas recluído en un país limítrofe, posiblemente Canadá, en el que guardará rabiosamente todos los ahorros cosechados en sus largos años de poder. Luego de un encadenamiento de miseria y corrupción sin igual, resurgirá del hielo, un hombre-pingüino que traerá la concordia al pueblo. Sus ojos puestos en dos futuros paralelos, encaminarán hacia algún lugar al país. El hombre-pingüino será conciliador, plantará soja y será felíz..."

Perón no dejó que acabe su máxima y le dió una patada en el pecho que lo sacó del coche. Lo dejó tirado en medio de La Pampa, sólo, sin dinero, sin ropa, sin comida, pero con su gran obra esparcida por toda la carretera. Orsai llegó caminando a Buenos Aires unos cuántos años después. Lo primero y último que hizo fue imprimir este libro de profecías. Murió un día de eclipse en medio de la noche repentina, en el barrio de Boedo. Alguien alcanzó a oir las que serían sus últimas palabras y el epitafio de su tumba: "si el foco me hubiese apuntado desde más abajo, habría sido más grande mi sombra."